La amargura

Publicado en 01 24, 2018 | Publicado bajo Comunion con Dios, fe, Oración, perseverancia, vida cristiana

Hebreos 12:15  nos dice: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;..”

 La amagura es un mal que hay que conbatir poniendo mucha atención para que no entre en el corazón. Éste dañíno veneno aparece cuando permitimos que algun sentimiento de pena, desconsuelo, ahogo, disgusto o descilución embargue nuestro ser. El resentimiento contra alguna  persona o por algún fracaso, puede ser el canal por donde entre la amargura.

Debemos de estar consientes que un corazón herido es vulnerable para caer preso de la amargura. El recuerdo de las heridas pasadas o presentes puede llenarlo de rencor, atizando a su paso la raíz de la amagura para que penetre hasta lo más profundo del corazón. 

Este proceso maligno se desarrolla del mismo modo que vemos desarrollarse una planta en un jardín. La planta en su proceso de crecimiento echa sus raíces por debajo de la tierra hasta estar bien arraigada, así mismo, cuando permitimos que la amargura entre, ella crece hacia el interior de la persona enraizando su maligna raíz en el alma.

El autor del Libro de los Hebreos nos alerta y nos dice en 12;15: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados…”.

 La amargura nos contamina y nos aleja de Dios. Pues un corazón lleno de desconsuelo, desilución, dolor, y rencor no puede tener comunión con Dios, más bien, el mismo corazón rechaza la cercanía de Dios al culparlo de su tragedia. Por consiguiente, un corazón enraizado en la amargura pueden rechazar la gracia de Dios, osea el regalo no merecido que obtuvimos con el sacrificio de Cristo en la cruz. 

 Por esta causa, es necesario revisar nuestro corazón diariamente a la luz de la Palabra de Dios, para detectar sí algún dolor ensombrece nuestro ser y de esta manera desacernos de todo asedio de pecado que pueda contaminarnos llevandonos cautivo a la amargura.

 No dejes que nada te aleje de la gracia de Dios, dile ¡no! a la amargura. ¡Amén!